Se mudó. Él se mudó. Mi novio se mudó a mi depa y trajo consigo muchas plantas para llenar los espacios vacíos, entre cuadros, sillones y una enorme pared blanca en la que yo podría llenarla con cuadros de Mark Rothko.
Yo vivía con 3 plantas y una orquídea, todas unas guerreras ante una combinación de falta de agua y mi flojera de regarlas. Una temporada lo hacía todos los domingos por la noche y de pronto, sólo cuando volteaba a verlas y les dotaba de tantita agua.
Procuro siempre tener flores en el comedor, que duren al menos unas dos semanas para luego cambiar el color. Las de ahora son unas margaritas de un rosa pálido que no combinan para nada con las nochebuenas, pero, ni modo, tenemos nueva compañía.
Sus plantas —corrección, nuestras plantas— primero vivieron en el balcón, hasta que no pudieron con el sol de invierno, ése que nos deja reseco los labios, pero que los perritos aman. Luego, el arbolito de Navidad tuvo que hacerles un espacio, mover el árbol, mover el sillón grande, mover la mesa, la lámpara, mover, mover, mover.
Una visita al mercado de Jamaica y regresamos con otra planta que se acomodó muy bien en mis videollamadas, y al menos, ya tenemos un poco menos de pared blanca.
Deja una respuesta